domingo, 25 de septiembre de 2011

AFRODITA 31

ESTADO DE BIENESTAR Y CRISIS




Casi desde el principio esta crisis me pareció una tomadura de pelo, una maniobra del gran capital para apretar cada vez más con ella las utópicas y sufridas tuercas de los ciudadanos. Nos íbamos pareciendo cada vez más unos a otros, y eso no gustaba a algunos. Que todo el mundo pueda disfrutar de todo hay quien no lo tolera. Hay quien sólo disfruta de las cosas cuando las puede disfrutar él solo; o cuando se impide que los demás, la gran mayoría, las disfruten. Cosas de la envidia, de la soberbia o de la avaricia; o quizás del paternalismo y la caridad que no cesan, para disfrute de unos y para desgracia de una gran mayoría.

El Estado del Bienestar parecía que iba a acercar e igualar unos a otros siguiendo, más o menos, aquel principio que decía que “de cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”, y que hacía de la esperanza un lugar capaz de habitarse. Esa esperanza parece haberse resquebrajado en poco tiempo.

En esta crisis que no cesa en su espectáculo surrealista y obsceno, algunos no dejamos de hacernos algunas preguntas: ¿Dónde está o a dónde ha ido a parar la inmensa cantidad de dinero que los Estados han sacado de su erario para, se decía y se dice, parar o paliar los efectos de un posible desastre? ¿Se ha realizado un trasvase de manos públicas a manos privadas? Si los Estados, que fabrican las leyes, no pueden, no saben o no quieren defender los intereses de la mayoría de sus ciudadanos, que para eso están, ¿para qué queremos al Estado?






domingo, 11 de septiembre de 2011

11-S




Hoy las imágenes se repetirán de nuevo como una pesadilla que transformó el mundo al principio del milenio. Cada cual recordará, al tiempo que se suceden las imágenes, dónde se encontraba y qué hacía aquel 11 de septiembre del que ahora se cumplen 10 años.

Hacía algunos días que acabábamos de reintegrarnos a nuestros habituales puestos de trabajo. Recuerdo que aquel día fue día de claustro y, cuando finalizó, nos encontramos los compañeros en el Maypa de Arroyo de la Luz para tomar una caña antes de volver a nuestras casas. Lo que veíamos en la televisión nos parecía una película, aunque extraña, hasta que vimos impactar el segundo avión en la segunda torre. A partir de entonces no nos creíamos lo que estábamos viendo pasar y ser contado en directo. Ya en casa, no me despegué del televisor, como tantos otros ciudadanos, hasta las cinco o las seis de la tarde, aturdido por las dimensiones del desastre y por las repercusiones que éste tendría en el futuro en las vidas de los que habitamos este mundo, que cada vez más parece haber entrado en un permanente estado de violencia y de locura que amenaza con destruir, no sólo nuestras esperanzas y nuestros sueños, sino nuestra propia existencia como seres.






RENTRÉE

Si fuera de origen anglosajón esta palabra posiblemente estaría ya admitida por el Diccionario de la Lengua Española, pero su origen francés la ha dejado un poco abandonada a su suerte. Con la rentrée parece que las cosas vuelven a sus cauces reglamentarios, a los estereotipos habituales después del paréntesis veraniego, que nos dispersa (ahora menos, o menos lejos) por la geografía del mundo. Con ella nos referimos a la vuelta o el regreso, o la apertura o reapertura de algo; por ejemplo, del curso escolar, que tantos problemas está dando como consecuencia de los recortes que, en este y en otros sectores, no dejan de multiplicarse y se anuncia que lo seguirán haciendo para contentar a avarientos e insaciables mercados que parecen no entender que con menos posibilidades económicas de la ciudadanía hay menos consumo; a menos consumo, menos ventas, claro, y a menos ventas, más problemas para aquellos que producen y no dan salida a sus productos. Las paradojas del capitalismo y la repetida historia de la estupidez humana, que es capaz de tropezar en las mismas piedras una y otra vez, lo que me lleva a preguntarme sobre la naturaleza y el sentido de nuestra capacidad de aprendizaje.

Para muchos el año comienza en septiembre (con o sin exámenes), a pesar de que la convención lo ha situado el noveno del calendario, y con él vuelven otra vez los buenos propósitos y las ganas de aprender o de coleccionar algo inducidos por la publicidad televisiva, que no deja de lanzarnos fascículos de todo tipo, ya sean colecciones de lo más variopinto, desde dedales a escarabajos, minerales o soldaditos de plomo, o cursos de idiomas que se abandonan a las pocas semanas de su inicio. Septiembre, que debería ser el mes de la calma y el sosiego pasados los rigores estivales, se convierte en el mes de las urgencias, del regreso a los ruidos, a los atascos y a las prisas (si alguna vez se abandonaron). Las ciudades vuelven a recuperar el pulso del stress, del apresuramiento y la impaciencia, que parece que son las señas de identidad que las hacen ser lo que son.