Considero que
hay razones para pensar que estamos en manos de unos gobernantes con la mano
muy fácil para despilfarrar el dinero público en ideas peregrinas que en poco o
nada benefician a la población en general y a la educación en particular y que
parecen, más bien, producto de caprichos ocasionales o propaganda de alabanza a
las propias gestiones, retales a corto plazo, más que soluciones de profundo
calado a los graves problemas que amenazan nuestras sociedades.
Además, cuando
se reciben críticas por las gestiones realizadas, lo más conveniente es
detenerse a pensar si se habrá acertado o no en la decisión que se ha tomado, y
no sacudírselas e ignorarlas de modo displicente o desconsiderado, actitud que
es más bien producto de la arrogancia y la soberbia que caracteriza al que
ostenta el poder, como si el error estuviera ausente de sus decisiones, que
adquieren así carácter divino o despótico, indiferente a las protestas que
generan o a la indignación y el enfado que provocan, sobre todo cuando son numerosas
y diversas las quejas y quienes las proclaman.
No sé, por
otra parte, si los políticos están para dar respuestas pioneras o valientes a
los problemas de la ciudadanía, pero sí me parece que deben estar para dar
respuestas justas, equitativas, ecuánimes, equilibradas y que no produzcan
agravios comparativos o sean el resultado de la irreflexión o del
atolondramiento, la obsesión y el empeño por lanzar con urgencia y
precipitación cualquier remedio o arreglo, por improcedente que sea o
equivocado que esté.
Es probable
que una de las causas del fracaso educativo en este país esté motivada por
decisiones políticas de este tipo, que premia al que abandona, al que incumple,
al que saca mayor ganancia con el mínimo esfuerzo. La noticia que ha saltado a
la prensa estos días de la oferta de 1.000 euros para aquellos de entre 18 y 25 años que saquen el título de E.S.O. que hace el Gobierno de Extremadura, parece
más bien una llamada al abandono del esfuerzo continuado por el de la ganancia
rápida. No sé si es a esto a lo que llaman últimamente excelencia o cultura del
esfuerzo, pero no estimula precisamente a los alumnos a continuar en su devenir
educativo.
Estas
deserciones, sin embargo, no son nuevas. Antes fue la huida hacia el ladrillo y
ahora será hacia el dinero, que viene a ser lo mismo. En cualquier caso, no
parece que esta medida vaya a contribuir a paliar el abandono o el fracaso
escolar.
Ya a algún
alumno le he escuchado que en cuanto pueda va a dejar de estudiar gratis para
tratar de sacar el título de la ESO cobrando. Si la enseñanza reglada está
desprestigiada, no sólo entre los alumnos sino a nivel social, esta medida
ahonda en ese desprestigio y alimenta la leyenda de que los docentes no hacen
bien su trabajo. Porque si es tan fácil sacar este título, y encima cobrando
por ello, ¿para qué se van a esforzar en aprender durante cuatro años lo que
luego puede sacar en uno? Mejor esperar y cobrar.
Es difícil
convencer a un alumno de que no abandone la enseñanza obligatoria y se esfuerce
por obtener un título que le va a servir en el futuro para abrirle puertas,
cuando la propia administración le está poniendo un caramelo económico en
perspectiva y le alienta indirectamente para que abandone la enseñanza reglada.
Soy partidario
de que la sociedad no cierre puertas a los que se equivocan o dimiten de sus
deberes, pero en la actualidad ya existen otras vías perfectamente organizadas
para que los que no pudieron obtener el título de la ESO por vía normal, puedan
hacerlo por otros caminos: educación de adultos, PCPI, educación a distancia…
¿A qué viene este despropósito?
Además, estas
medidas aumentan las diferencias y provocan la crispación entre ciudadanos con
diferentes intereses, porque a los que vean la oportunidad de un trabajo en perspectiva, por escaso,
precario o eventual que sea, será difícil convencerlos con razones de carácter
pedagógico, de lo disparatado de esta medida.
Una decisión de este tipo constituye, por otra parte, una falta de respeto hacia los docentes que se esfuerzan cada día
por formar profesionales competentes y buenos ciudadanos, pues ven de qué manera tan poco meditada su
tarea se ve oscurecida y desacreditada por decisiones que parecen, más bien, de
otro planeta.