No era
necesario ir de negro, pero ella se presentó de luto riguroso, sin pizca de
maquillaje, la cara demacrada y seria, como si las víctimas fueran de su propia
familia. Habló serena ante los micrófonos, con un leve temblor de labios, quizás
premeditado. Con una tristeza anclada en los ojos, que parecían que estuvieran
al borde de las lágrimas, miró sin mirar, aunque pareció, por un momento,
distante y fría; con el rostro desmejorado y pálido, como si estuviera
transportada, desorientada o distraída en la magnitud del dolor, dio el pésame
a la familia y a los que se congregaron atraídos por el luctuoso suceso de la
madrugada. Distraída tal vez, porque ya estaba a cientos de kilómetros, pensando
que en unos minutos, apenas finalizada la tarea que el cargo le imponía y la
tragedia que la retenía, viajaría para pasar unos días en un hotel de lujo,
aprovechando el puente de todos los santos.
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