Descansa José Blas Vega
en
su heredad zamorana:
un
trozo justo de tierra
a
la sombra de una acacia
que
bebe de sus cenizas
tangos,
tonás y tarantas
que
suben por su corteza
hasta
las ramas más altas
para
llevar a las hojas
los
nutrientes de su savia:
toda
una vida al flamenco
y
a su rigor dedicada.