Abro la ventana
de Internet un día cualquiera, 8 de julio de 2013, y me encuentro las
siguientes noticias, entre otras más o menos del mismo cariz: Nueve muertos
tras despeñarse un autobús a la altura de Tornadizos (Ávila) por causas
desconocidas; tres muertos en la explosión de un tren en Cánadá; tres muertos
en las carreteras el fin de semana; más de 40 muertos en las calles de El Cairo;
el julio han muerto 19 personas por ahogamiento (en España); corrupciones
Bárcenas y CÍA o última jornada del “caso Bretón”, que son el pan nuestro de
cada día; y así sucesivamente. En paralelo, noticias de decoración, moda, ofertas
de lugares paradisíacos, mucho deporte, dietas, novedades de juegos que se
editan y otros entretenimientos que hacen de la red un mercado mundial donde
parece que prima lo novedoso, lo inmediato, lo trivial e intrascendente frente o
en paralelo a la miseria, la muerte, el morbo y la corrupción que no nos
abandona. En la televisión, poco más o menos de lo mismo, de tal modo que la
persona que salga poco a la calle, por edad o por condición, creerá que el
mundo es un continuo de despropósitos, desatinos, morbo, corrupciones,
accidentes, delincuencia y muerte a todas horas, y lo considerará lo más
normal, creerá que éstos son los elementos más predominantes de nuestras
sociedades; su credo será este rosario de noticias, crónica insistente y machacona
de los disparates, las barbaridades y las necedades de una sociedad conformista
y poco rigurosa con los contenidos de su presente y con los cimientos de su
futuro .
Hoy lo que
existe es lo que está en las pantallas. La imagen se ha hecho hegemónica y
devora todo lo que encuentra a su paso (cultura, pensamiento, memoria,
tradiciones, formas de vida, relaciones…) con urgencia, avidez y velocidad.
Vamos a pasar de reivindicar el ahora como categoría fundamental de nuestro
presente, que es lo único que fundamenta nuestro ser, a tener que reivindicar
la memoria, la meditación, la reflexión, la búsqueda del pasado, para no
perdernos en esta vertiginosa variedad de elementos y novedades que construyen
el vacío de cada día y que valen en la medida en que son repetidos y repetidos
hasta que dejan, por hastío, de tener el valor necesario para seguir
repitiéndose.
Lo cierto es
lo que se repite y se manosea hasta la saciedad, por los canales mediáticos que
multiplican el mensaje por cualquier rincón de esta aldea global, hasta que en
el cerebro no cabe otra fórmula más que esa que se corea y se reproduce
continuamente. La apariencia ha adquirido más consistencia que la verdad.
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