Julio se inició con euforia en un
país magullado y derrotado por el peso de una crisis que a base de repetirla cada
día en todos los medios está acabando por no significar nada, lo que contribuye
de forma negativa a su aceptación resignada, como si fuera un castigo divino e inevitable causado por el mal uso que se ha hecho de los recursos por parte de algunos y que, incomprensiblemente, tenemos que pagar todos. Privatización de las ganancias y socialización de las
pérdidas, como ya he repetido en otras ocasiones. Tropezar una y otra vez en la
misma piedra. Regreso a modos de vida que creíamos superados, en los que la
desigualdad, la arbitrariedad y el abuso de los poderosos o la práctica de la caridad
y la limosna en vez de la solidaridad y la justicia eran el modus vivendi habitual.
Pero la esperanza siempre ha llegado
más lejos que la resignación, como dice mi amigo Antonio Vázquez, y cualquier
chispa, por pequeña o irreal que nos parezca, es suficiente para encender la
mecha que incendie el corazón de los hombres y renueve sus ganas de vivir,
destape sus alegrías y, al menos temporalmente, se olvide de tanto hijo de su
madre que no tiene otro horizonte que amargar la vida de los demás e impedirles el disfrute de las horas que nos llevan.
Pero, al menos en España, el mes de julio
ha comenzado con la embriaguez que se desprende de la excitación de una
victoria que hasta hace tan solo cinco años parecía impensable e imposible.
Porque este es el país de los contrastes, del pasar de la penuria y la miseria
a la opulencia en poco más de 30 años; de las familias numerosas al índice más
bajo de natalidad en tiempo récord; de los primeros puestos mundiales en lo relativo a la donación de órganos y también al fracaso escolar; de los complejos y carencias deportivas a
los éxitos individuales y colectivos que apenas si se podían soñar hace apenas
dos o tres décadas.
¿Casualidad y lotería? ¿Disciplina y
tesón? Quizás una mezcla de todos estos factores, pero, en cualquier caso, hay
un elemento que llama la atención, al menos en el caso de la selección española de
fútbol, y no es otro que la importancia del colectivo y que, si no recuerdo
mal, no se había dado con anterioridad en otras selecciones. Porque todos
recordamos la selección de Pelé, la de Maradona, la de Johann Cruyff o la de Zinédine
Zidane, por poner algunos ejemplos, pero nadie pone nombre propio a la actual
selección española, donde lo que destaca es el conjunto. Esta circunstancia
pone de manifiesto la importancia de lo colectivo en la evolución de las
sociedades humanas y en sus logros más importantes, no sólo en el campo
deportivo, sino en el social y político, o en el científico y tecnológico, que
nos han proporcionado cotas de bienestar, conocimientos y beneficios
impensables de conseguir desde un punto de vista individual.
Lo que Ibn Tufail nos describe en El filósofo autodidacta, cuyo
protagonista, sin contacto con otros seres humanos, descubre por sí mismo y en soledad la última verdad a través de un proceso de razonamiento sistemático, es
del todo impensable.
Aislado y solo el ser humano apenas
habría superado su estadio animal y las cavernas, o quizás algún lugar más
oscuro, albergaría aún su existir desprovisto de historia, de expectativas y de
creatividad.
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