Las mujeres no lo han tenido fácil en un mundo de hombres que parece que ha tenido como uno de sus objetivos primordiales el castigo, la humillación y el desprecio constante de la mujeres, sobre todo de aquellas que no se sometían a las ridículas e incomprensibles normas vigentes en sociedades que parecían diseñadas para no contar nunca con ellas.
Lubna Husein es una mujer sudanesa, una más de una larga lista que ha luchado a lo largo de la historia para que se vean reconocidos sus derechos, una más que está luchando ahora por la igualdad de género y por la abolición del artículo 152 del código penal de su país, que se refiere a la vestimenta indecente y que prohíbe a las mujeres llevar pantalones bajo pena de latigazos.
Desde la distancia y la seguridad que da vivir en países que han superado (esperemos que para siempre) estas circunstancias anacrónicas e injustas, uno se puede preguntar qué hay de indecente o de pecaminoso en que una mujer use pantalones cuando lo estime oportuno o le dé la gana. Estamos ya tan acostumbrados a que esta prenda forme parte del guardarropa de las mujeres en nuestro entorno cultural que apenas si nos acordamos de los años 60, por ejemplo, cuando las primeras que empezaron a llevar pantalones, sobre todo en los pueblos pequeños, eran miradas con malos ojos, criticadas y tildadas de fulanas o de a saber qué en boca de las comadres de turno que no tenían nada mejor que hacer que sentarse al sol y esperar el paso de las víctimas. Hoy las comadres han sido sustituidas por los programas rosa de las televisiones, y la rumorología y la maledicencia han sido elevadas a categoría nacional de primer orden.
Por aquí, sin embargo, que yo sepa, no se propinaron latigazos a las atrevidas vanguardistas de aquellos años, pero las miradas que recibían y las críticas a las que eran sometidas causaban posiblemente tantos estragos en su corazón y en su ánimo como estos latigazos sudaneses.
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