Es posible que
desde el Medievo y su salvaje “derecho de pernada” no se haya expresado algo
tan aberrante como lo de “violación legítima”, esperpento con el que se acaba
de despachar en pleno agosto un congresista del Tea Party, el republicano Todd
Akin, para justificar su oposición al aborto. Según él, una mujer agredida
tiene dispositivos biológicos en su organismo para evitar un embarazo no
deseado. ¿Sabrá algo el señor Akin que ni el más avezado de los científicos ha
podido desentrañar? ¿Tendrá, quizás, línea directa con el más allá, como el
señor Ruíz Mateos, por ejemplo, y desde allí le llegará información privilegiada
de cosas que al resto de los mortales nos están vedadas?
Mientras se
desvelan tales interrogantes y sus arcanos, ante el tamaño ideológico de esta
barbaridad, y a pesar de las disculpas posteriores, uno no deja de asombrarse
de cómo el subconsciente traiciona y pone en tela de juicio el progreso de los
seres humanos, manteniendo latente en las cavernas de su desvarío las huellas
de un abismo pavoroso, machista e
inquietante que actúa como una rémora atroz en la construcción de lo que
llamamos humanidad.
Aunque lo peor
no han sido estas declaraciones, a pesar de su perversidad, sino el eco que han
levantado y que se traduce, entre otras cosas, en miles de dólares para apoyar,
al parecer la campaña de este individuo y, por tanto, su trayectoria ideológica:
“Miles de personas han dado un paso
adelante y nos han ayudado a recaudar 100.000 dólares”, ha escrito Akin, en
su carrera para lograr un escaño en el Senado de los Estados Unidos.
Lo que no
entiendo es lo de un paso adelante.
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