Afirma Martha
C. Nussbaum, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, que “la pobreza mata las aspiraciones y te quita
las ganas de vivir”. Esta profesora de Derecho y Ética en la Universidad de
Chicago, reconocida como una de las grandes pensadoras actuales, cuenta en una
entrevista que le realiza Lola Galán el día 13 de octubre en El País que “una de las cosas que me abrió los ojos a la
realidad fue un viaje de intercambio estudiantil que hice, un verano, en el que
estuve viviendo con una familia obrera, en Swansea, en el sur de Gales. Aprendí
lo que es de verdad vivir en la pobreza. No me pareció ni romántico ni
atractivo.”.
La pobreza,
efectivamente, es uno de los males que amenazan nuestro tiempo, devora el
porvenir e impide que los sueños prosperen e, incluso, constriñe y opaca el
futuro de aquellos que no pueden aspirar más que a sobrevivir dentro de los
límites de su propia miseria, impidiéndoles la libertad de movimientos y de
formación.
La pobreza,
como la ignorancia, lastra las horas de aquellos cuyo horizonte no tiene otra
esperanza que un día a día que se agota en su propia ceguera, en su propia
oquedad; ambas oprimen el corazón, la garganta y la mente de aquellos en los
que se instala, como una rémora, condenándolos
al ostracismo de su propio ser, impidiéndoles incluso la huida de su particular
condición, cerrándoles las fronteras de toda prosperidad, encerrándolos en las
cárceles de sus propios miedos, inopias y sumisiones, sin expectativas ni
créditos que les liberen de esas tinieblas, tan persistentes como sus carencias.
La vida, prisionera
así entre los barrotes de estas coordenadas, pierde convicciones y perspectivas
y se anega en los pantanos de sus privaciones y penurias, hipotecándose cada
vez más en las arenas movedizas de su desesperación.
Pero estas
condiciones no son producto de una evolución natural de las cosas, sino consecuencia de un desarrollo desigual,
caprichoso y mal entendido de las sociedades humanas y de su organización
política y económica; de un reparto injusto o de apropiaciones indebidas, y en
ocasiones violentas o fraudulentas, de los recursos y las riquezas que son de
todos y que, por ende, podrían paliar esas míseras condiciones de vida en la
que se encuentra gran parte de la población del planeta.
Esta situación,
provocada en gran por la avaricia egoísta y el afán desmedido de poder,
ejemplifica también el fracaso de la humanidad en la construcción de un mundo
más habitable, menos injusto en el reparto de los recursos, menos crispado en
sus carreras por el éxito, el dinero o la posición a cualquier precio, y más
atento a lo que debería ser esa habitabilidad pacífica, encaminada al
conocimiento del mundo en que vivimos y al intercambio de la información
resultante, con el objeto de que la humanidad y el respeto al mundo en que
vivimos, sean siempre fines y no medios para conseguir esos otros objetivos
bastardos que no hacen sino sumirnos en la miseria y la infelicidad más infames
y ruines, restando posibilidades a nuestras esperanzas de progreso.
En esa definición
y diseño de un nuevo proyecto de convivencia mundial habrá que abandonar viejos
esquemas medievales, tecnócratas y economicistas y a mirar la realidad y a
nosotros mismos de otra manera.
Y acabo con
palabras de Martha Craven Nussbaum en la misma entrevista, para la que habría
que retomar los estudios humanísticos, que, según ella, son básicos para cimentar
un saludable sistema democrático: “Son materias que nos aportan información
sobre el mundo en que vivimos”. De entre estas materia destaca a la filosofía,
porque “como ya lo vio Sócrates, la
filosofía tiene una capacidad única para producir una vida examinada, es una
fuente de razonamientos y de intercambios de argumentos. Nuestro clima político
actual es histérico, dado a las invectivas más que a los argumentos.
Necesitamos de la filosofía con la misma urgencia que la Atenas de Sócrates”.
Y nuestra
Atenas actual se ha globalizado tanto que abarca el mundo entero. La tarea no
es fácil.