lunes, 21 de noviembre de 2011

AFRODITA 35

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO

Fauja Singh se convirtió el pasado domingo 16 de octubre en noticia al ser el hombre más anciano que completaba una prueba de 42 kilómetros. Apodado “el Tornado con Turbante”, este anciano completó un maratón en la ciudad de Toronto en 8 horas, 25 minutos y 16 segundos. Tenía 100 años.

Fauja ha sido un atleta tardío. De joven solía correr en su aldea natal del Punjab, una región de la India, y aún quedan paisanos que recuerdan verlo desplazarse de un lugar a otro. La familia y el trabajo, sin embargo, fueron arrinconando esta afición, que recuperó cuando ya era octogenario, deprimido por las muertes de su esposa y de su hijo Kuldip y por la tediosa vida de jubilado en casa de otro de sus hijos, en el barrio londinense de Ilford.

“Podía hacer dos cosas: dormir o correr, y elegí la segunda”, resume, asustado por los hábitos comunes en las personas mayores, sobre todo en Occidente: “la mayoría come demasiado, no se mueve y se desplaza solo en coche. Esto hace que enfermen. A mí estar sentado en casa me mataba”.

Según se cuenta en las noticias que describen su hazaña, Fauja Singh comenzó a desafiar a otros ancianos del vecindario, a los que si veía en buena forma les iba planteando distancias cada vez más largas, aunque ese sistema de retos pronto dejó de satisfacerle. Un día vio un reportaje televisivo sobre el maratón y entonces intuyó que eso era lo suyo. Corrió el primer maratón con 89 años y, desde entonces, no ha parado.

Es obvio que este caso es la excepción, y no la regla, pero pone de manifiesto las deformaciones que existen sobre las barreras a la funcionalidad de la vejez, y que son producto más bien de los mitos que sobre ella circulan en nuestras sociedades, más que constituir reflejos de deficiencias reales. Estos mitos utilizan el concepto de viejo como sinónimo de incapaz o limitado.

Probablemente, la capacidad de establecer una relación de calidad con las personas mayores no sea única ni básicamente el fruto de técnicas ni métodos fríos y distantes, sino el reflejo de la calidad y la calidez de aquel que interviene en ellos, al igual que el arte de ser viejo depende sobre todo del modo como una persona se sitúa frente a su propio existir personal e intransferible.

La vida se desarrolla mostrándose, y cada cual debe encontrar su lugar y su modo de expresión. En la vejez el crecimiento personal es posible, porque la personalidad puede aún encontrar cómo manifestarse y es la relación interpersonal la que ofrece la posibilidad y el terreno vital para la comunicación y el desarrollo, ofreciendo nuevos modos de participación social que les permitan recuperar ciertas competencias que fortalezcan su identidad y le proporcionen una mejor calidad de vida.

Casos como el Fauja Singh, Stéphan Hessel, José Luis Sampedro o Pablo Picasso, por ejemplo, ponen de manifiesto que los tiempos están cambiando, que no caben dudas acerca de que el envejecimiento de la población es un fenómeno relativamente nuevo en la historia de la humanidad, una nueva realidad que ha surgido al amparo de la técnica, de la medicina y de nuestra capacidad de invención, y a la que deberemos enfrentarnos si realmente queremos construir un futuro con garantías de que en él seamos capaces de integrar la variedad y las diferencias que nos conforman y nos enriquecen.