viernes, 29 de noviembre de 2013

TELEVISIONES





La televisión se ha convertido en un elemento imprescindible de nuestras vidas, en un icono tan extendido y tan demandado, que sería difícil encontrar alguna casa en el denominado primer mundo donde este aparato no presida el salón de la misma; incluso que existan varios de ellos repartidos por habitaciones, cocinas, patios, cocheras, etc., como si su presencia se hubiera hecho inevitable y fuera primordial su multiplicación sin cesar a medida que sus contenidos reiteran la mediocridad, los tópicos, la vulgaridad y el cacareo social y mediático hasta límites inverosímiles.
Lo que podría ser un instrumento de información y de transmisión de la cultura, del arte, del teatro, de la ciencia o del buen cine, y una herramienta realmente valiosa desde el punto de vista educativo y formativo de la ciudadanía, se utiliza en gran medida para airear los vómitos y los trapos sucios propios y ajenos, emitir cine de la peor calidad, violento, ramplón y sin valor alguno o programas que reiteran de manera constante y tenaz noticias o eventos de naturaleza morbosa, frívola o insustancial.
También se ha convertido en un eficaz medio de propaganda para aquellos que detentan el poder y las dirigen a su antojo con la finalidad de conseguir sus propósitos, bien sean políticos, económicos o de credo, incluso aunque tales cadenas televisivas se sustenten y se mantengan con dinero público.