lunes, 29 de abril de 2013

APOGEO DE LA BANALIDAD






En la ciudad de Atenas, un chismoso se acercó a Sócrates para hablarle de un tercero: “…me han dicho que…”, empezó a decirle el cotilla despacio y al oído. Antes de que continuara hablando, el filósofo ateniense le interrumpió y le dijo: “Antes de que sigas hablando, te voy a hacer tres preguntas: ¿estás seguro de que lo que me vas a contar es cierto? Por otra parte, lo que vas a decirme, ¿es bueno? Y, además, ¿será provechoso para alguien?”.
A la tercera negación (parece que a la tercera va la vencida y que el negar tres veces es el límite que permite ya considerar el no dar ya más oportunidades al negador), Sócrates echó de su lado al interlocutor correveidile.
Quizás no todos tengamos el sentido de la moral tan acentuado como el sabio ateniense, o el carácter adecuado para arrojar de nuestro lado a los que nada aportan sino murmuraciones y patrañas, pero si hiciéramos estas tres preguntas a todo aquel que se acerca a nosotros con ánimo de comadrear, cotillear y enredar, de difamar o de levantar falsos testimonios y calumnias sobre las personas, seguramente viviríamos en sociedades menos crispadas y menos preocupadas por el qué dirán, práctica que se ha convertido en el pan nuestro de cada día, consagrada incluso en programas televisivos que no tienen otro objetivo que despellejar de modo sistemático a los demás, como si fuera la actividad esencial de nuestras vidas.
Es evidente que nos equivocamos los que pensamos que las comadres eran un patrimonio de la vejez ociosa, o un residuo de sociedades ignorantes, empobrecidas y simples, cuyo objetivo, para matar el tiempo, y dado el infortunio, la escasez y la falta de perspectivas de sus vidas, no era otro que el de hablar de los demás, de someterlos a la diatriba, a la mordacidad y al vapuleo inmisericorde e incontinente de sus afiladas lenguas, que ejercían de censores y jueces de la comunidad, sobre todo si ésta era pequeña y cerrada.
Hoy vivimos en una sociedad mucho más abierta, más informada y que se perturba menos por la novedad, lo extraño o lo escandaloso; sin embargo, parece que le sigue importando más la opinión que la verdad; el chismorreo y los enredos parece que le interesan más que el conocimiento, y a la que parece satisfacer más la dispersión, lo trivial, la inmediatez o el enriquecimiento acelerado, que la investigación y el análisis, la prudencia o el prestar atención a lo que realmente nos hace sentirnos bien y satisfechos con nosotros mismos y con el entorno que nos rodea, con aquello que nos ayuda a mejorar como colectivo y a enriquecernos como personas.
Alguna responsabilidad, sin embargo, tendremos todos en este apogeo de la mediocridad, del comadreo mediático y de la exposición pública de nuestras intimidades sin el más mínimo asomo de pudor, en un espectáculo repetitivo de la oquedad y de la superficialidad tan necia y anodina que nos asola; todo ello elevado, eso sí, a la máxima potencia y al éxito por las cotas de audiencia en las que lo simple triunfa y se extiende con rapidez por esta sociedad de la imagen que, en general, prima la banalidad o la chabacanería sobre el ingenio, la lucidez o la sutileza.





martes, 9 de abril de 2013

LA DAMA DE HIERRO Y EL ÚLTIMO CUPLÉ







Cuenta Santiago Carrillo[1] que la última vez que vio a Manuel Fraga fue en un acto institucional con motivo del 33 aniversario de la Constitución. Ambos apostaron sobre quién abandonaría primero este mundo. Carrillo lo tenía claro: «Irás tú delante, Manolo, porque la derecha desgasta mucho. Y encima no fumas». Acertó: Fraga falleció el 15 de enero de 2012 y Carrillo el 18 de septiembre del mismo año.
Por ley de vida y poco a poco aquellos que fueron protagonistas de su tiempo van abandonando el lugar que habitaron y, de forma inexorable, pasan a engrosar la lista de los que se fueron. Nos dejan sus palabras, sus gestos, sus actos, sus memorias.
Hoy nos llega la noticia de dos personajes, esta vez mujeres, que también han marcado época y que se las recordará, sin duda, porque fueron de “armas tomar”, aunque una más en sentido figurado que la otra, pues Margaret Thatcher, la popularmente conocida como “Dama de Hierro”, que rigió los destinos de Gran Bretaña y posiblemente del mundo desde 1979 hasta 1990, y que fue responsable en alguna medida del ascenso de este capitalismo atroz y sin entrañas que ahora padecemos, no dudó en embarcarse en lo que se denominó “guerra de las Malvinas”, para defender la “territorialidad” del Reino Unido. La otra es Sara Montiel, conocida, entre otras cosas, por aquel “fumando espero”, tango sensual y alusivo con el que deleitó a los espectadores en El último cuplé en el ya lejano año de 1957, cuando en España comenzaba una cierta y tímida apertura del régimen dictatorial de Franco, cuya censura impidió que en la versión de este tango cantada por la manchega no se incluyera la estrofa que hace alusión al cigarrillo que se fumaba después del encuentro amoroso:

(…) Tras la batalla
en que el amor estalla,
un cigarrillo
es siempre un descansillo
y aunque parece
que el cuerpo languidece,
tras el cigarro crece
su fuerza, su vigor.

A ver si iba a tener el cigarrillo de entonces componentes afrodisíacos y de longevidad de los que no se era consciente. En lo que concierne a Santiago Carrillo, casi se podría afirmar que sí, dada la afición del dirigente comunista a la nicotina, que no impidió una larga trayectoria vital.





[1] CARRILLO, SANTIAGO: Mi testamento político. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2012. Pág. 205.