domingo, 6 de junio de 2010

A LA ORILLA DEL RÍO SAN


Recién llegado de la ciudad polaca de Przemysl, nombre cuya pronunciación evoca el silbido de una serpiente, me incorporo al transcurrir de las horas iguales evocando los días pasados a la orilla del caudaloso río San.
Una primera mirada a la ciudad puso de manifiesto un interesante patrimonio arquitectónico que, si no se pone pronto remedio, se perderá inevitablemente. Excepto las iglesias, el edificio que alberga el Ayuntamiento, algún banco y otros edificios más o menos remozados, la inmensa mayoría de ellos se encuentran en un estado tal de abandono y suciedad exterior que no parece que puedan resistir el paso del tiempo mucho más sin perder los elementos arquitectónicos que los singularizan, aunque a sus habitantes no les parece que el abandono de los mismo sea excesivo, nos dicen, pues la gente sigue viviendo en ellos.
En la catedral se halla la figurita de alabastro de nuestra señora de Jackowa, del siglo XV, que goza de gran veneración entre los polacos. Llama poderosamente la atención del visitante el vigor que tiene aquí la religión, en cuyas iglesias se oficia constantemente, como pudimos constatar en nuestros recorridos diarios.
En el largo trayecto desde Varsovia a Przemysl, en el que se nos hizo de noche, pudimos observar un gran número de pequeños cementerios situados a lo largo de la carretera, en cuyas tumbas estaban colocados pequeños puntos de luz que, a modo de oscilantes luciérnagas, situaban perfectamente estos lugares en medio de la oscuridad.
De las visitas realizadas, la que más me impresionó, por la magnitud de la obra llevada a cabo, fue la que hicimos para ver parte de las fortificaciones que se construyeron a finales del siglo XIX y principios de XX para la defensa de la zona, cuyos restos se conservan semiocultas por la abundante vegetación de la zona. Esta red de fortificaciones se componía, según nos dijeron, de dos círculos. El círculo exterior se hallaba a una distancia de unos 10 kilómetros de la ciudad. Estos círculos estaban salpicados de fuertes que, en algunas partes (hacia la frontera con Ucrania, que apenas dista de aquí varios kilómetros), son más abundantes que en otras.
Por Internet supimos que la “Fortaleza de Przemysl” era, por su tamaño, la tercera fortaleza de Europa, después de las de Amberes y Verdún.
Al hilo de estas informaciones se me venía al pensamiento la ingente cantidad de esfuerzo, dinero, energía y voluntad que el hombre ha puesto a lo largo de su historia en construir lugares para defenderse de los demás o para poder dominar mejor a los otros. Cuánto mejor nos hubiera ido si todo ese caudal de energía, dinero y tiempo lo hubiéramos dedicado a diseñar lugares para el conocimiento y la convivencia en paz.

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