jueves, 12 de julio de 2012

PREGUNTAS






Vuelvo a hacerme preguntas que creo que son pertinentes al hilo de los acontecimientos que estamos viviendo y a los que estamos asistiendo como convidados de piedra y sufridores de primera línea: si son los mercados y el gran capital los que dictan lo que hay que hacer en todo momento, ¿para qué queremos a los políticos? ¿Por qué seguimos llamando democrático a un sistema en el que las normas vienen impuestas por el FMI, por las agencias de calificación o por opacos y brumosos monopolios financieros, inversores y especuladores que poco o nada tienen de democráticos? ¿A qué se está jugando? ¿A desprestigiar los sistemas democráticos? ¿A reducirlos a su esqueleto formal en una ceremonia que se repite cada cuatro años y después, si te he visto, no me acuerdo?
Si los ciudadanos, que deben ser el objetivo primordial de los políticos, porque en ellos han delegado y confiado para que defiendan y protejan sus intereses y su bienestar, han quedado reducidos a meros peones cuyo único valor reside en su capacidad de aguante y resignación y en padecer las tropelías y los desmanes de las clases dirigentes para mantener su status quo de prebendas, privilegios y abusos, ¿qué interés tiene para ellos, para los ciudadanos, este estado de cosas?
Toda esta situación tiene la apariencia de un juego excesivamente peligroso en el que las apuestas cada vez más arriesgadas de los que no tienen ningún pudor en apostar con el sudor de los demás, ponen al borde del abismo a sistemas de convivencia cuyo valor residía (y reside) en su capacidad de proporcionar a todos las mismas oportunidades, respetar sus derechos inalienables y ampararles frente a la injusticia, la desigualdad y la falta de libertades, así como proporcionarles y asegurarles una vida digna y con garantías de que todos esos beneficios y recursos materiales y humanos se mantuvieran y mejoraran con el tiempo.
Si se rompen estos esquemas, si se alteran estas reglas de juego en beneficio únicamente de una parte, la de los ricos y poderosos, si varían las coordenadas en las que asentaba el avance y la prosperidad de nuestro territorio y de nuestras ilusiones, ¿qué le queda a la inmensa mayoría de la ciudadanía sino una desconfianza progresiva en el sistema y en sus dirigentes, una sensación de tomadura de pelo y un aumento de la suspicacia y el recelo hacia todo aquello que no sea su propio egoísmo y su interés individual?
Con esta actitud, comprensible por otra parte, se rompe uno de los elementos fundamentales del sistema democrático, como es la cooperación, la confianza en sus dirigentes, el sentido colectivo y generoso de la convivencia que fundamenta la equidad, la cultura y el progreso. De otro modo, la vuelta a las cavernas más oscuras planea sobre las cabezas de los desesperados mientras un cierto olor a podrido se extiende de nuevo por el paisaje de una desolación anunciada.




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