domingo, 14 de octubre de 2012

NACIONALISMOS






Hace tiempo que estoy convencido de que los nacionalismos son rémoras que no sirven más que para llenar de enfrentamientos y odios la convivencia. Las banderas y los himnos, las creencias, la lengua y las tradiciones comunes se utilizan sin escrúpulos por unos cuantos con oscuros propósitos identitarios que no tienen otra finalidad que separar y excluir y de paso encumbrarles a ellos a los puestos de honor y de poder que persiguen.
Pertenecer a un territorio es algo totalmente fortuito que forma parte de la existencia azarosa de los individuos; no es una marca genética ni un factor sanguíneo ni una señal inmutable y sagrada que distingue y diferencia a unos individuos de otros de manera nítida e inconfundible y para siempre.
Las diferencias entre los seres humanos no son naturales, sino ideológicas, económicas, sociales o políticas, producidas por el devenir de su propia historia, por las circunstancias y avatares de las vivencias que poco a poco han ido produciendo desigualdades e injusticias en el seno de las propias comunidades humanas, diferencias debidas sobre todo a las acciones y a los discursos interesados de aquellos que vieron en la defensa de esas discrepancias un modo de medrar a costa de la ingenuidad, del miedo y de la ignorancia de la gran mayoría.
En un mundo que se ha hecho pequeño y casi irrespirable y en el que durante mucho tiempo se luchó por eliminar las fronteras que no hacían sino separar de forma artificial y violenta personas y territorios, no parecen tener mucho sentido el que algunos se empeñen en seguir fabricando fronteras y muros en base a estereotipos e idiosincrasias que son más bien producto de sus propios delirios o el fruto ocasional de las circunstancias y de los accidentes, más que verdaderas categorías definitorias de lo que es un ser humano.



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