sábado, 12 de diciembre de 2009

CONTRA LA VIOLENCIA


El día 25 de noviembre estuve como ponente para hablar de diálogo intercultural en unas jornadas sobre “Interculturalidad: educar para la convivencia”, que organizaba el CPR de Almendralejo. El título de mi ponencia era “Diálogo entre culturas. Lo propio y lo extraño”, y en ella defendía la necesidad del diálogo como puente para evitar el desconocimiento y, por tanto, el alejamiento que se origina ante lo que es diferente o desconocido; distanciamiento que, en ocasiones, va acompañado por la violencia que se produce entre distintas y distantes maneras de concebir la realidad que tenemos los seres humanos, y la diversidad valorativa que ello trae consigo.
Pero no sólo hay que defender el diálogo intercultural, imprescindible en un mundo cada vez más globalizado, sino que también es indispensable un diálogo intracultural, ya que una misma cultura no está exenta de tensiones, desacuerdos y desencuentros. No tenemos más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que en las sociedades en las que convivimos se producen con demasiada frecuencia conflictos y tensiones debidos al furor, a la impetuosidad, a la intolerancia o al fanatismo con que defendemos nuestras posturas, nuestros deseos, nuestras acciones o nuestras creencias.
Ese día, además, era el Día contra la violencia machista, lo que sirvió para recordar una vez más una de las asignaturas pendientes más vergonzosa y trágica de nuestro tiempo (alguna responsabilidad tendremos en ello padres, educadores y medios de comunicación) y para poner de manifiesto que, efectivamente, es imprescindible un diálogo intracultural encaminado a llevar a la práctica lo que parece que teóricamente tenemos asumido, incidiendo, sobre todo, en el término violencia más que en la cuestión de género[1], porque es la violencia lo que recorre nuestras sociedades y las hace intransitables.
Educar en el diálogo, en la aceptación de lo otro, de los demás; ejercitar la comprensión y el conocimiento recíprocos de lo que es diferente y extraño, asumiendo los aciertos y criticando los errores o fracasos, tanto propios como ajenos, son, sin duda, complementos imprescindibles para la construcción de la identidad personal, para el logro de la madurez como seres humanos y como ciudadanos responsables, y esa es una tarea de la que no debemos dimitir y que no podemos ignorar ni demorar, sobre todo aquellos que tenemos el compromiso de educar y nos pagan por ello.


[1] Anotación que debo y agradezco a José Luis Aragón, amigo, filósofo y poeta, que asistía al curso y al que hace tiempo que no veía.

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