miércoles, 27 de julio de 2011

UTOYA


En mi adolescencia seguíamos con interés una serie que narraba por capítulos en blanco y negro las andanzas de un luchador de Kung Fu en el salvaje oeste. La serie, protagonizada por el actor David Carradine, estaba salpicada no sólo de las aventuras que este personaje iba viviendo en un medio casi siempre hostil, sino que también se iban mostrando en ella los recuerdos y las enseñanzas que recibía este monje cuando solo era un “pequeño saltamontes” en el templo budista de Shaolin, en el que aprendía la técnica y la filosofía de este arte de equilibrar la mente y el cuerpo, la meditación y el ejercicio.
Entre las frases que se iban desgranando en la serie recuerdo una que decía “aprende a esperar lo inesperado”, con la que se nos quería dar a entender la precariedad y lo imprevisible de los acontecimientos y de nuestra propia existencia, siempre al borde de la sorpresa o de lo imprevisto. Estar preparados para lo casual y fortuito, sin embargo, no es tarea fácil, pues buscamos, más bien, la planificación de un futuro sin sobresaltos, del que a veces nos despiertan circunstancias y sucesos que conmocionan y turban nuestro vivir y nos muestran con rotunda claridad lo frágil y quebradizo de ese azar.
En la isla de Utoya, en Noruega, un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme, ha alterado en estos días de julio la paz de un país modélico en el que nadie podía esperar que ocurriera lo que ha ocurrido: una matanza despiadada, fría y sistemática, perpetrada por un individuo posiblemente trastornado al que las consignas racistas, xenófobas e intransigentes que tan de moda están en esos países nórdicos y en parte de Europa, han podido alterar aún más y ser el detonante de tamaña atrocidad, ejecutada con la sangre fría del que está convencido, en su fundamentalismo ario (o de cualquier otro signo), que posee la verdad absoluta y que, por tanto, sus acciones están por encima de los ciudadanos, de los valores y de las leyes.
Si la prudencia debe ser la principal virtud para practicar al arte de la política, como nos proponía la filosofía clásica, hechos como estos deben ser un serio toque de atención para aquellos políticos que lanzan consignas sin ton ni son incendiando las mentes de los ciudadanos con el virus de la intolerancia y de la intransigencia y provocando, en casos extremos, la violencia arbitraria y sin sentido de locos que se creen mesías o salvadores de un mundo que estaría, sin duda, mucho mejor sin ellos.






In my teens were following with interest a series narrated by white and black chapters in the adventures of a Kung Fu fighter in the wild west. The series, starring actor David Carradine, was punctuated not only the adventures that this character was living in an environment often hostile, but also were showing it the memories and lessons he received the monk when he was just a "grasshopper" in the Buddhist temple of Shaolin, where he learned the technique and philosophy of this art of balancing mind and body, meditation and exercise.

Among the phrases that were reeling in the series recall a saying "learn to expect the unexpected", with which we wanted to understand the precariousness and unpredictability of events and our own existence, always on the verge of surprise or unexpected. Be prepared for the casual and accidental, however, is not easy, but seek rather to plan a future without surprises, which we sometimes wake up circumstances and events that shock and disturb our life and show us outright clearly how fragile and brittle that chance.

On the island of Utoya in Norway, a character whose name I do not remember, been altered in these days of July the peace of a model country where no one could expect to happen what happened: a ruthless slaughter, cold systematic, possibly perpetrated by a deranged individual to that of racism, xenophobia and uncompromising that are so fashionable in these Nordic countries and in parts of Europe have been able to further alter and be the catalyst of so much atrocity, executed in cold blood which believes in the fundamentalism Aryan (or any other sign) which possesses the absolute truth and that therefore his actions are above the people, values and laws.

If prudence should be the main virtue to practice the art of politics, as we proposed the classical philosophy, facts like these should be a serious wake-up call to politicians who shout slogans haphazardly fire the minds of citizens the virus of intolerance and intransigence and causing, in extreme cases, arbitrary violence and mindless fools who think messiah or savior of a world that would undoubtedly be better off without them.












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