miércoles, 1 de febrero de 2012

INCONTINENCIA LECTORA



En aquello que no se conoce, no conviene pasarse de listo, pues en esta sociedad que vive más de la apariencia y del qué dirán que del ser y de la información documentada, tampoco conviene excederse en el parecer sin fundamento, sobre todo por ese qué dirán, que seguro que acabarán diciéndolo, aunque sea a escondidas y por la espalda.

Aristóteles, que no es sospechoso de exageraciones, definió la virtud como el justo medio entre dos extremos, bien se consideren éstos por exceso o por defecto. Y la lectura, como cualquier otra actividad humana debe adaptarse igualmente a estas consideraciones, so pena de caer en estados poco recomendables, como le ocurrió al famoso Alonso Quijano, que le dio por los delirios a causa de las excesivas lecturas de caballería que ingirió, según cuenta su biógrafo, un tal Cervantes..

Hoy existe la presunción, muy extendida, de que leer no lleva a ninguna parte y muchos hacen gala de no haber leído jamás un solo libro y, además, lo expresan en público y a voces, sin ningún rubor y convencidos de que su modo de vida es el correcto, sobre todo por que no les va mal en la misma; pero como de todo hay en la viña del señor, también los hay que presumen de lo que no conocen, y así, puestos a ver quién es más conocedor y lector, los hay que afirman haber leído bastante a Sócrates, aquel sabio ateniense que hizo famosa aquella frase de yo solo sé que no sé nada y, sobre todo, popularizó una planta denominada cicuta, que paralizó poco a poco su actividad vital mientras conversaba con sus discípulos del alma, según nos relata uno de ellos, el más conocido, el de anchas espaldas, en el Fedón. El problema es que, al parecer, Sócrates no escribió una sola línea.

Comprobamos, pues, que la incontinencia lectora no es buena consejera, ya que, como todas las incontinencias, peca siempre de excesos. Para ilustrar este padecimiento del espíritu tenemos otro ejemplo notable de un lector de Augusto Monterroso, escritor guatemalteco fallecido en 2003, que es conocido sobre todo por sus relatos cortos, cortísimos, especialmente por “El dinosaurio”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Ya está. Pues bien, el incontinente lector, preguntado por este relato de Monterroso, respondió que le estaba fascinando su lectura, que iba ya por la página 35 y que le parecía un relato muy interesante. Tanto le encantaba Monterroso, que no sabía parar.

En este sentido, y no hace mucho, Pilar Galán, que tiene una columna los jueves en El Periódico de Extremadura, me comentaba que en la presentación de un libro de un amigo en un pueblo de nuestra Comunidad Autónoma, de cuyo nombre no quiero acordarme, una señora se acercó a ella para decirle que la leía todos los días en la prensa y lo mucho que le gustaba lo que decía. “Tiene una columna los jueves”, le informó con tacto otro compañero a la señora; “sí, lo sé, los jueves también la leo”, contestó. Y se quedó tan pancha.




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