martes, 8 de marzo de 2011

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA




En la prensa del viernes 4 de marzo aparecía la noticia de que dos alumnas de un instituto de Las Cabezas de San Juan (Sevilla) se han quedado sin el título de Educación Secundaria Obligatoria por no cursar dos materias obligatorias: Educación para la Ciudadanía, que se cursa en 3º de E.S.O., y Educación ético-cívica, que se cursa en 4º de E.S.O. El argumento para no asistir a estas clases es que estas materias adoctrinan sobre cuestiones morales contrarias a las de sus familias, algo que el Tribunal Supremo consideró que no es cierto y cualquiera que asista a una clase de estas materias puede ratificar.

También el 28 de febrero la prensa regional se hacía eco de una madre objetora (ya que, realmente, los hijos no lo son) del colegio Luis de Morales de Badajoz empecinada en acudir al colegio lunes y viernes para acompañar a su hijo en el patio del colegio mientras sus compañeros asisten a las clases de Educación para la Ciudadanía porque no quiere que adoctrinen a su hijo ni que le digan que todo es relativo en la vida.

No sé si estos padres conocen el contenido de estas materias, que intentan, ni más ni menos, ofrecer al alumno una información sobre la sociedad en que viven, de las leyes y las normas que la rigen, sin ocultarles o enmascararles la realidad. En cualquier caso, se puede adoctrinar incluso dando clases de matemáticas, por ejemplo. ¿Vamos por ello a eliminar o a objetar contra todas las materias que nos parezcan sospechosas, como las ciencias naturales o la filosofía? Y si no se pone freno a tamaño despropósito, ¿se van a eliminar o se va a objetar también contra todo docente que nos parezca sospechoso o que no educa según nuestros patrones o modelos de creencias individuales?

No deja de ser curioso, sin embargo, que los grandes y persistentes objetores de esta materia no se den cuenta (o no quieran darse cuenta) de que existen precisamente otras disciplinas cuya razón de ser se basa precisamente en el adoctrinamiento y cuyo acontecer ha sido paralelo a la historia del gran adoctrinamiento perpetrado por la Iglesia a lo largo y ancho de aproximadamente 20 siglos de existencia allí donde se han dado las condiciones sociales y políticas para que ello haya sido posible. Si ha habido alguna institución que ha adoctrinado (valiéndose incluso de métodos de tortura y acoso de todo tipo) de forma permanente y sistemática, esa ha sido la Iglesia, en todas sus concepciones y ramificaciones. Pero eso no es adoctrinar, según ellos. O quizás crean que solo la Iglesia tiene carta blanca para hacerlo a diestro y siniestro (más a lo siniestro, que siempre ha sido un poco más descreído y díscolo).

No obstante, lo que realmente anonada y deja perplejo es la actitud de los padres objetores de estos alumnos, que prefieren sacrificar el futuro de sus hijos a ceder en cuestiones que no dejan de ser algo que pertenece a la esfera privada de cada cual, como la felicidad, que cada uno puede buscarla a su albedrío, pero no puede imponerla a los demás porque su visión de la felicidad puede que no encaje en otro modo de vida, en otra búsqueda. Es, por tanto, un espectáculo realmente bochornoso y patético que ciertos padres utilicen a los hijos como escudos humanos para luchar por sus creencias. ¿Acaso se les impide en sus casas y en sus iglesias que trasmitan a sus hijos los valores que ellos consideran adecuados? ¿O es que tal vez tienen miedo de que sus hijos conozcan otras alternativas y las prefieran, al comparar, a las que ellos les inculcan? Quizás teman que si les dejan que les ayuden a pensar acaben viendo con claridad que en la vida lo absoluto, como el creacionismo o esencialismo, no deja de ser un mero refugio conceptual bastante manido, anacrónico y fuera del ámbito de lo real.

En las sociedades democráticas y de derecho se es libre para elegir el camino vital que cada cual desee para transitar por él. No obstante, para poder elegir es necesario el conocimiento previo, la información; sin estas premisas la toma de decisiones no es más que una mera falacia, un vacío formal, una imposición más, venga de la familia, del dictador o del fanático de turno, o de donde venga.





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