jueves, 5 de mayo de 2011

OSAMA BIN LADEN, CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Al ser humano, en general, le es difícil mantener la objetividad en sus análisis cuando juzga situaciones parecidas pero distantes en el espacio o en el tiempo, o que le afectan más o menos directa o indirectamente. Es fácil que en estas situaciones se le venga a uno a la mente aquella expresión de “ver la paja en el ojo ajeno” que hace referencia a la parábola (Lucas 6:39-42) en la que, según el evangelista, Jesús reprocha a los hipócritas el querer quitar la paja del ojo ajeno y no ven la viga en sus propios ojos.

Desde que el lunes 2 de mayo la noticia de la muerte de Bin Laden inundara los medios de comunicación, las declaraciones, los titulares y las imágenes que se han sucedido ponen de manifiesto, a mi entender, la locura que recorre el mundo y el grado de cinismo e hipocresía que hacen tan difícil un entendimiento entre las personas y los Estados de este sufrido planeta.

Los medios de comunicación hablan de larga cacería, de venganza cumplida o consumada, de que “EEUU liquida a Bin Laden”, mientras que las imágenes muestran las calles de Nueva York, por ejemplo, atiborradas de personas celebrando jubilosas la desaparición de Osama Bin Laden. ¿Acaso estas imágenes no nos recuerdan las mismas imágenes en el mundo árabe celebrando cualquier acto terrorista que haya puesto los pelos de punto a Occidente en general y a los Estados Unidos en particular? ¿Qué diferencia hay entre unos y otros, salvo que habitan en lugares distintos y los acogen distintos culturas y credos e ideologías diferentes? ¿Cómo es posible que la popularidad y la posible reelección de un presidente dependan en tan gran porcentaje de que sucesos de este tipo (guerras, invasiones, muertes, venganzas, etc.) coloquen en primer plano lo peor de la naturaleza humana?

Los patrioterismos, nacionalismos y fanatismos, hijos todos de una misma familia de excesos y arrogancias, generalmente fomentan el odio, la desconfianza y la intransigencia, incluso la tortura, la barbarie y la muerte, que forman parte de un panorama ya bastante habitual en nuestras relaciones como seres humanos y que casi nos han inmunizado, de tanto repetirse, contra la compasión, la indulgencia o la ternura en un mundo que parece caminar cada vez más hacia la insensatez y el desvarío. Qué cabe esperar de esta dialéctica de la violencia y los despropósitos, de esta rueda de los disparates, sino un futuro siniestro y sombrío en el que solo las voces soberbias de los poderosos y grandes hermanos retumbarán en nuestras cabezas de ciudadanos que, como Winston Smith en la orwelliana 1984, acabaremos cosificados, ninguneados, sacrificados a la máquina insensible e implacable del poder.

Ante estas imágenes de muerte, terror e infamia que se repiten ya con demasiada frecuencia en los medios de comunicación que dirigen y condicionan nuestra existencia, me invade siempre una profunda tristeza, un desaliento y una desconfianza hacia el género humano, que parece que cada vez gestiona peor los medios que tiene para procurar su evolución pacífica hacia la mejora de sus posibilidades.


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