martes, 8 de febrero de 2011

NO A LAS GUERRAS


La experiencia es una de las herramientas fundamentales para la construcción del conocimiento; ella nos permite contrastar datos y rectificar los errores que se hayan podido cometer en los diseños previos, en las hipótesis, en los proyectos que realizamos continuamente y que nos permiten avanzar en todos los ámbitos.

Pero en los casos en los que la ira, la violencia, la brutalidad y el odio aparecen juntos, la experiencia parece baldía, el aprendizaje parece detenerse, borrarse de nuestra memoria y de nuestro espíritu, y aparece nuestra naturaleza animal, mostrándose en su más cruda esencia: cruel, feroz, violenta, irracional e impía.

La palabra, elemento esencial en nuestra construcción como seres humanos, es imprescindible también en la configuración de la realidad, en la comprensión de su naturaleza y, al mismo tiempo, de la nuestra. A través del diálogo podemos llegar al consenso, a acuerdos mínimos que nos permitan avanzar en paz y centrar nuestros esfuerzos en el conocimiento para la mejora de nuestro devenir.

Pero en las circunstancias en las que el fervor fanático oscurece el raciocinio, en las que los símbolos patrios o de credo dogmático nublan los valores más humanos, y en las que “los demás” no aparecen sino como “el enemigo”, la palabra y su música no son escuchadas, sustituidas por el ruido de los tambores, de las consignas y de las trompetas que tocan a rebato.

Somos, en un tanto por ciento muy elevado, producto del aprendizaje, aunque a veces no lo parezca, dado que tropezamos tantas veces en la misma piedra, volviendo a cometer los mismos errores del pasado.

La experiencia, la palabra y el aprendizaje son el “menage a trois” del conocimiento, del progreso y de la humanización. Si dejamos que sean sustituidos por la barbarie, los dogmatismos, la intransigencia, por los intereses que sólo favorecen a unos cuantos, por la ignorancia y el miedo, seremos arrastrados de nuevo por la pendiente de las sombras y de la animalidad hacia el sin sentido.

Debemos gritar no a las guerras, porque ellas y toda su cohorte de violencia, crueldad y terror nos alejan del proyecto de humanidad que tanto cuesta construir.



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