viernes, 13 de agosto de 2010

EL MUSEO DE LA INOCENCIA

Leer a Orhan Pamuk es adentrarse en las calles y plazas de Estambul, oler la brisa del Bósforo, escuchar las sirenas de los barcos que navegan por sus aguas, contemplar los minaretes de las mezquitas, el abigarramiento de las casas, los edificios, los jardines y las gentes que se extienden por las riberas de dos mundos separados por el hombre y unidos por una ciudad.
Sus extrañas historias de amor recorren los barrios de Estambul: Nişantaşi, Karaköy, Beşiktaş (famoso gracias al fútbol), Kasimpaşa, Beyoğlu, Çukurcuma o Tophane; su mirada penetra en las callejuelas, en las tiendas, en las barberías y en los cines de una ciudad que hipnotiza y que parece estar eternamente suspendida entre Oriente y Occidente.
El Museo de la Inocencia no es sólo la historia de una pasión amorosa entre Füsun y Kemal y los objetos y que éste va obteniendo y atesorando de forma obsesiva para que suplan la ausencia de su amada, su perfume, su tacto, sus caricias; es también la descripción de un mundo que late entre el mar Negro y el de Mármara, el retrato de la sociedad estambulí del último cuarto del siglo XX, de la lucha entre el progreso y la tradición en un país en cuyas costas se levantaron ciudades (Mileto, Colofón, Efeso, Clazomene) en las que comenzó la aventura del pensamiento en Occidente.

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