domingo, 30 de agosto de 2009

SAKINEH

Sakineh Mohammadi,
condenada a muerte por lapidación,
no es la primera.
Por desgracia tampoco será la última
de un sinfín de personas
que han nacido
en lugares donde se odia a las mujeres.

No son nada ni nada significan.

Viven como sombras
en sus cárceles de miedo,
en sus burkas milenarios donde ahogan
sus gritos, sus gemidos, sus deseos,
y esperan con paciencia que algún día
el pueblo de los hombres reconozca
que en algún triste momento de su historia
dividieron sus caminos
y nadie recordó cómo volver
al lugar de la amistad y la sonrisa.


Sakineh Mohammadi
no debería ser
otra víctima arbitraria de un sistema
que ignora que la vida es un derecho,
sino el primer atisbo de esperanza
para miles de miradas que padecen
el odio secular e inexplicable
de aquellos que dejaron
su corazón perdido en las cavernas.

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